domingo, 22 de agosto de 2010

Los signos en el Evangelio de Juan

Santigo Gismondi.
El Evangelio de Juan tiene, a diferencia de los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), un uso particular de la palabra “signo/señal” (en griego: semeia), fundamentalmente en los primeros 12 capítulos del mismo. Por este motivo los especialistas han nombrado la primera parte del evangelio como “Libro de los Signos”. Al buscar la palabra “signo” en el diccionario aparecen dos grandes acepciones: la primera, “indicio de algo”, “cosa que evoca otra”; la segunda referida a las artes, un carácter o símbolo gráfico utilizado para representar una idea, una nota musical o como medio de escritura. Sin embargo, en nuestro lenguaje coloquial encontramos comúnmente los siguientes significados: “signo” referido al zodíaco y a las cartas astrales, como una especie de fuerza o intención divina que nos condiciona en nuestros gustos y nuestra manera de comportarnos; “signo” referido a algo que nos identifica, como un tatuaje, un elemento patrio, ciertos elementos de adorno o de vestimenta especiales; por último encontramos también “signo” como un sinónimo de “presagio” o anticipo de algo que nos ocurrirá: “esto es signo de que te sucederá…”.

Volviendo al Evangelio de Juan, observamos que el uso de la palabra “signo” está asociado a algunos hechos milagrosos de Jesús, los cuales en muchos casos son nombrados explícitamente como “signos/señales”. Esto llama la atención, pues en los evangelios sinópticos jamás se menciona los milagros de esa manera, y en cambio Jesús se niega a realizar “signos”: “¡Generación malvada y adúltera! Un signo pide, y no se le dará otro signo que el signo del profeta Jonás” (Mt 12,39; cf. Mt 16,1-4; Mc 8,11-12; Lc 11,29).

En este trabajo intentaremos mostrar que Juan presenta intencionalmente los milagros como “signos” pues intenta involucrar al lector en una opción de fe. La palabra “signo” es entendida entonces como una manifestación evidente del que realiza la acción, y al revelarse reclama una respuesta de fe. Jesús en el Evangelio de Juan da a través de sus “signos” evidencia suficiente de que Él y el Padre son uno, ubicando al lector en la necesidad de responder con la aceptación o el rechazo de Cristo.

Los milagros según los evangelios sinópticos y el Evangelio de Juan

Cuando los evangelios sinópticos relatan los hechos extraordinarios de Jesús (curaciones, calmar la marea, multiplicar los panes, resucitar muertos, etc.), estos milagros, que NO son llamados “signos”, acompañan la proclamación de la llegada del Reino de Dios. De hecho los milagros acreditan a Jesús como inaugurador del tiempo mesiánico, en cuanto dan cumplimiento a la profecía de Isaías: “El espíritu del Señor Yahveh está sobre mí, por cuanto que me ha ungido Yahveh. A anunciar la buena nueva a los pobres me ha enviado, a vendar los corazones rotos; a pregonar a los cautivos la liberación, y a los reclusos la libertad” (Is 61,1).

Mateo se pone en la línea de Isaías cuando presenta la respuesta de Jesús a Juan encarcelado: “Id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los rengos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva” (Mt 11,4-5). También en Lucas Jesús comienza su misión identificándose con la profecía de Isaías (Lc 4,16-21), mientras que Marcos comienza su evangelio invitando a la aceptación de la Buena Nueva (Mc 1,15). En conclusión, la misión de Jesús en los tres evangelios sinópticos es mostrada en relación a Is 61 y se caracteriza por el anuncio del Reino de Dios manifestado en la realización de acontecimientos sorprendentes. De esta manera los milagros se comprenden desde la “buena nueva” de la llegada del Reino de Dios.

El evangelista Juan nos muestra otro enfoque completamente distinto, pues no habla de “Reino de Dios” (con excepción del diálogo con Nicodemo, en Jn 3,3.5) ni de “buena nueva”, sino que construye una presentación doble: cada milagro está ligado a una discusión/diálogo/discurso donde Jesús se manifiesta. Estos milagros son “signos” y los discursos profundizan el sentido de aquellos en relación a la persona de Cristo. El cierre que encontramos en Jn 20,30-31 resalta cómo estos “signos/señales” son el vehículo para acceder a Cristo, eje del cuarto evangelio: “Jesús realizó en presencia de los discípulos otros muchos signos que no están escritos en este libro. Éstos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre”. Es decir que Juan opta por presentar los milagros como acciones que ayudan a profundizar nuestro conocimiento de Cristo.

Los signos en el Antiguo Testamento como revelación de Yahveh

De la misma manera que Juan, la tradición del AT (Antiguo Testamento) también utiliza la terminología “signos/señales”, especialmente en los relatos del Éxodo, la antigua gran epopeya en la que Dios liberó a su pueblo de la opresión egipcia. En aquella liberación Yahveh promete actuar con grandes “prodigios/signos” ante el faraón (Ex 3,20; 4,21; 7,3). Por ejemplo éstos quedan reflejados en el relato de las diez plagas (Ex 7,8-12,42). Estas acciones especiales de Dios tienen como finalidad principal mostrar su poder para que todos crean en Él (ver Ex 4,30-31 y 7,3-5), tema que recurre en el cruce del mar (Ex14,31). El libro del Deuteronomio también reflexiona el sentido revelador de todos los prodigios/señales que Yahveh ha realizado en medio de su pueblo: “¿Algún dios intentó jamás venir a buscarse una nación de en medio de otra nación por medio de pruebas, señales, prodigios y guerra, con mano fuerte y tenso brazo, por grandes terrores, como todo lo que Yahveh vuestro Dios hizo con vosotros, a vuestros mismos ojos, en Egipto? A ti se te ha dado a ver todo esto, para que sepas que Yahveh es el verdadero Dios y que no hay otro fuera de él” (Dt4,34-35).

Se puede concluir que el “signo” en el AT invita a una dimensión de FE en Dios, y ninguna acción portentosa realizada por Él puede estar ajena a esta exigencia. Efectivamente, cuando Dios actúa necesariamente se revela a sí mismo y reclama respuesta.

Los signos en el Evangelio de Juan

Comencemos con una estructura general del cuarto evangelio sugerida por los estudiosos:

PRÓLOGO - 1,1-1,18

1era sección: LIBRO de los SIGNOS - 1,19-12,50

2da sección: LIBRO de la GLORIA - 13,1-20,31

EPÍLOGO - 21,1-25

El “Libro de los Signos” es llamado así por la frecuencia de la palabra “signo” en estos primeros 12 capítulos, mientras que a partir del cap.13 casi ni aparece. En la primera sección la encontramos unas 14 veces, y es interesante analizar su función. La primera mención es luego del milagro de Caná al convertir el agua en vino: “Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus signos. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos” (2,11). Algo similar vemos luego de la curación del hijo del centurión, en 4,54: “Este nuevo signo, el segundo, lo realizó Jesús cuando volvió de Judea a Galilea”. Otra mención clara de un milagro como “signo” se da en la multiplicación de los panes: “Al ver la gente el signo que había realizado, decía: «Este es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo»” (6,14). La última mención está luego de la resucitación de Lázaro: “Por eso también salió la gente a su encuentro, porque habían oído que él había realizado aquel signo” (12,18). Esto lleva a pensar que el autor presenta intencionalmente los milagros como “signos”. Sin embargo encontramos otras acciones milagrosas sin esa denominación: la curación del enfermo en Betsaida (5,1-9), el caminar sobre el agua (6,16-21) y la curación del ciego de nacimiento (9,1-7).

Como se ve, en el Evangelio de Juan no todos los milagros son llamados “signos” de forma explícita. Sin embargo es claro que Juan pretende mostrarlos bajo esa denominación, pues a lo largo de los primeros 12 capítulos se habla repetidamente de los “signos” que Jesús realizaba: 2,23; 3,2; 7,31; 10,40; 11,47. Otras dos menciones particulares están en el cierre de cada una de las secciones del evangelio:

1era sección – 12,37: “Aunque había realizado tan grandes signos delante de ellos, no creían en él”

2da sección – 20,30: “Jesús realizó en presencia de los discípulos otros muchos signos que no están escritos en este libro”

Y aquí encontramos un hecho sorprendente: en 20,30 se cierra la 2da sección como si ella narrase nuevos signos, cuando en realidad no se menciona ninguno y ni siquiera aparece la palabra correspondiente en toda esta sección. Tal vez este hecho sorprendente se explique como una perspectiva teológica del evangelista, en cuanto que quiere presentar todo el conjunto de los caps. 13-20 como el último y el más importante de los signos.

En efecto, la 2da sección narra la “hora” de Jesús en la que son glorificados Él y el Padre por medio de la crucifixión (cf. 12,23.28). Como nos relata 13,1, la “glorificación” de Jesús consiste en el paso de Jesús de este mundo al Padre, cumpliendo su voluntad mediante la pasión y crucifixión. De ser cierta la perspectiva teológica planteada, Juan estaría presentando en este acontecimiento el último y definitivo “signo”, cumbre y resumen de toda la vida y ministerio de Jesús.

Relación entre signo y fe

Ya no queda duda de que Juan entiende los milagros como “signos”, pero… ¿signos de qué? Para comprender la respuesta, retomaremos la presentación de los signos en el AT referidos a Yahveh, pues Juan aplica la misma perspectiva a Jesús.

Según lo analizado anteriormente, el “signo” en la tradición veterotestamentaria, en especial en el libro del Éxodo, es el testimonio patente de la presencia de Dios, su testigo más claro. Al ver los “signos y prodigios”, Israel debe creer en Yahveh, pues su manifestación es evidente. El signo es la ventana que transparenta a Dios en su esencia, la epifanía más clara de aquel a quien “nadie puede ver” (cf. Ex 33,20). Y por tratarse de una ventana entre Dios y el hombre, éste también queda expuesto ante la presencia divina, y necesita imperiosamente de una opción de fe. El signo revela a Dios y al hombre, invitando a éste último a aceptar o rechazar una clara evidencia puesta ante sus ojos. En esta afirmación se encuentra el centro de todo aquello que queremos presentar: el signo es una muestra clarísima de la presencia de Dios que se acerca y se muestra sin velos, reclamando una respuesta del hombre que recibe este signo. No se puede concebir un signo sin el propio compromiso ante él. No existe acción milagrosa que se limite al nivel informativo, sino que pertenece a un nivel retórico en el que el receptor de dicha acción se encuentra envuelto en la necesidad de responder con la fe o el rechazo.

Ahora pasemos una vez más el Evangelio de Juan, puesto que nos muestra paralelamente otro aspecto de Jesús no menos importante. A lo largo de todo el evangelio se insiste en la relación de Jesús con Dios Padre, atestiguada por las obras que realiza: “las obras que el Padre me ha encomendado llevar a cabo, las mismas obras que realizo, dan testimonio de mí, de que el Padre me ha enviado. Y el Padre, que me ha enviado, es el que ha dado testimonio de mí” (5,36-37). Estas obras muestran que Jesús y el Padre son uno (cf. 10,30). Juan narra en el prólogo: “A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha revelado” (1,18). En la tradición joánica se muestra a Jesús como el espejo del Padre, su manifestación perfecta, y los signos que Jesús realiza son ahora la ventana de sí mismo, pues quien lo ve a Él ve al Padre (Jn 14,9). Nuevamente el signo realizado por Jesús nos revela la identidad divina manifestada en el Hijo, y así nos invita a realizar una opción de fe. Las obras que Jesús realiza proponen al hombre creer en Jesús como el fiel reflejo del Padre: “Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, aunque a mí no me creáis, creed por las obras, y así sabréis y conoceréis que el Padre está en mí y yo en el Padre” (10,37-38; cf. 5,36; 10,25-30; 14,11).

En conclusión podemos decir que Juan retoma el sentido del “signo” de la tradición del AT en cuanto que invita al hombre a creer o no creer en Yahveh y la aplica a su evangelio, donde ahora es Jesús el que realiza “signos”. El “signo” entonces compromete al hombre a tomar postura frente a Dios que se le revela patentemente en Jesús. Por ello cada mención de la palabra “signo” está ligada al “creer” o “no creer”. Luego del milagro de Caná, los discípulos creen en Él al ver el signo realizado (2,11). En 2,23 se menciona un grupo de gente que cree en el nombre de Cristo al ver los signos que realizaba. Jesús cuestiona a sus seguidores en 4,48 porque no creen sin ver signos. Luego de la multiplicación de los panes se menciona una confesión de fe al ver el signo realizado (6,14) y en 6,30 los judíos le piden en Cafarnaún un signo para que viéndolo crean en Él. Finalmente encontramos la preocupación de los dirigentes judíos tras la resucitación de Lázaro, el signo más importante de la primera sección del Evangelio de Juan: “Entonces los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron consejo y decían: «¿Qué hacemos? Porque este hombre realiza muchos signos. Si le dejamos que siga así, todos creerán en él y vendrán los romanos y destruirán nuestro Lugar Santo y nuestra nación» (…) Desde este día, decidieron darle muerte” (Jn11,47-48.53). A su vez los dos cierres de las secciones del evangelio insisten en la relación entre el “signo” y la “fe”:

1era sección – 12,37: “Aunque había realizado tan grandes signos delante de ellos, no creían en él”

2da sección – 20,30-31: “Jesús realizó en presencia de los discípulos otros muchos signos que no están escritos en este libro. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre”


Conclusión

Hemos visto en este trabajo que Juan se diferencia de los evangelios sinópticos al presentar los milagros de Jesús. En el cuarto evangelio los milagros son “signos”, según el sentido que tiene esta palabra en el AT: una acción es “signo” en la medida en que muestra la identidad del que ha realizado dicha acción y propone al receptor una respuesta de fe. Juan presenta todo el ministerio de Jesús como un gran “signo”, ya que toda su acción es una revelación de sí mismo, y al mismo tiempo del Padre. Y esta manifestación tan particular compromete al hombre a tomar una opción de fe y actuar en consecuencia. De esta manera todo milagro, toda palabra y toda obra de Jesús es un signo pues invita a transformar nuestra propia vida desde la fe en Jesús, fiel revelador de Dios Padre.

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